2011-01-30

Diálogo con Dios

Dios,

la noche me acelera el corazón. El exceso de teina hace estragos en los capilares de mi cuerpo. El sistema intravenoso despliega su colapso batiendo y agitando mi pecho intensamente, provocándome el sobresalto de madrugada. Provocándome el llanto nervioso a altas horas de la noche cuando no tengo a quien recurrir. Recurro a ti. Entonces te aclamo y te rezo, bien alto, en palabras grandes y pupilas dilatadas, que deje de sacudirme el órgano vital. Que desde la distancia, zarandea con la esperanza de que salga cara y yo, porte mi cruz de por vida. Se va, enajenándose de mi como algo nunca conocido. Como si hubieramos estado en otra dimensión. Como tú, Dios. Como tú. Y como yo, tu siervo, que se arrodilla y se arrastra ante ti cuando el polvo terroso del campo de batalla lo llama. Apotronado en la cama, los días a diario, solos tú y yo y la prontitud inoportuna del tiempo triste.

Mantengo mis diálogos contigo por ser el único que, a pesar de creerse más demonio que yo mismo por el resto de mortales, -incluso por mi-, no me juzga. No me juzgas pese a acumular deudas con el Amor y con la moral de este convenio colectivo.

Empiezo a creer en mis ratos nocturnos que me amas tal y como soy. Que sí, que siempre te me han querido vender de alguna forma u otra; pero sólo yo he conocido tu perdón en la soledad más extrema, de estar perdiendo el Amor de mi vida. Que ella aún no lo sabe, que no conoce la magnitud del latido. Que no conoce, ni sabe, ni sabrá, cuánto me odio. Cuánto de odio soy capaz de untarme cada mañana al despertar de un mundo gris a un mundo negro. Sólo la realidad supera la pesadilla de soñar que la pierdo.

De rodillas, en sangre y en inglés. Me has oido pregarte hasta deshacerme de toda cordura. Me has oido clavar las garras en el fondo de mi garganta para hacerme vomitar la vida. De pie, con sudor y enlagrimado. Me has oido pregarte hasta deshacerme de toda locura. Me has oido el silencio en el fondo de mi corazón para poder provocarme el eco.

Sufro la consecuencia de las contracciones cardíacas crónicas, cuando lo que quiere salir de mi propio pecho es un tumor que conservé: Mi propio corazón podrido.

1 commento:

  1. Al releer varias veces hay algún fallo de puntuación que, sinceramente, no me apetece corregir.

    Ruego, disculpen las molestias de una lectura atropellada.

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