Las teclas del piano se iban confundiendo entre sus dedos. Se iban confundiendo y no sabía muy bien si la melodía era inventada o provenía de la habitación de al lado. Era de una delicadeza exquisita, respetaba cada crescendo y atinaba en el arte del impulso exacto. Estaba sola en la sala. Disfrutaba del contacto ligero de sus yemas contra el frío de aquel instrumento. De su melodía surgian vivas palabras y su instrumento lucía el blanco más puro. Cerró los ojos y se dejó acariciar esa noche por su propia composición. No sabía solfeo, más lo recordó como si de un sueño se tratase. Otra vida. Recorrió cada una de las teclas. Se les atribuia el pecado de construir melodias que trepaban el inconsciente dejando consigo pimienta que a su vez, enmarañaban toda síntesis de pensamiento. La laxitud de sus membranas golpeaban esta vez fuerte dejándola exausta, abúlica. Era de una calidad inmejorable. La porosidad del espacio envolvente acariciaba su nuca y ella se dejó amar por su propia creación. Entreabria los párpados en el frío de la noche y de sus pestañas caía nieve sólida. Ferviente nieve que la despojaba de su impasible corazón. La Obra era el resultado del contoneo suave de sus yemas con el entorno, a ciegas. Deleitase a conciencia, pues jamás nadie la hizo sentir como aquella noche. Sola; y a ciegas.
'No sabía de Literatura, más la recordó como si de un sueño se tratase.'
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