Me hago eco de unas palabras que anoche dijo Alaska en su concierto y las utilizo a modo de título, ya que igualmente iba a balbucear una historia sin sentido alguno sobre flores y demás tonterías que los Enamorados utilizan para evitar las palabras.
Cuando te anulan el poder de la palabra en la distancia y cuando no hay forma humana de comunicarse, sólo quedan las 'corazonadas' que uno mismo va tramandose hasta crear una especie de monólogo interior en el que incluso llega a creerse sus propias reacciones y sentimientos. Uno está tan sólo, que la incidencia de la propia luz sobre su cuerpo proyectando una sombra le inquieta. Es la paranoia de no saber si es un ser comunicativo o si vive en su propio desierto emocional desde hace tiempo. Donde los espejismos le toman el relevo a la realidad y los transforma en sensaciones más o menos creibles. Cómo puede ser que al volver a sembrar sus flores naranjas nazcan ya muertas; que sea el exceso de oxígeno el que las esté matando. Cómo puede ser que de su boca salgan demonios con dagas que reflejan en sus afiladas cuchillas un abismo exámine, donde el éter reina y la mágia ya no es sino negra.
Tenía el corazón de madera y anoche descubríose carcoma. Ya no era el imperfecto tallaje hecho a mano de la madera que en las juntillas dejaba pasar en influjo de su rabia sino que, era más bien, una caja vacía. Los sentimientos se escaparon por los diminutos orificios obra de estos pequeños enseres. Ya no era, pues, trabajo de orífice sino del propio dueño reparar tan inestables grietas donde la madera era más vulnerable a la humedad, al llanto febril de un corazón irreparable. Al llanto por su Amada, aquella que en las largas noches hubo tallado y tallado sus dos nombres por siempre. Los Dos Enamorados. Ahora se encontraba lejos de Ella, con un corazón lleno de recuerdos grabados a golpe de cincél y agrietado por el paso de las horas. Fueron las primeras astillas en una noche de Enero las que delataron la tragedia. La sangre entraba a trompicones por el órgano acartonado. Los grumos rebasaban las paredes y no encontraba la forma de sortear aquel paso angosto por donde anteriormente fluía una sangre clara que alborotaba alegría y se asemejaba al vino tinto que se bebía en las fiestas de su pueblo. El traqueteo de los grumos resonaba en su delicada cajita de madera.
Las flores que le regaló eran de un color vivo, tan vivo que le recordaba a aquel Amor de Abril. Se ha apagado su sonrisa. Se han muerto sus flores. Se han callado los sentidos y se han abierto las heridas. Se ha embarrado la conciencia. Se han pisado sus sueños. Ya no hablan más. Ya no puede hablar. Y ya no puede comunicar sus ganas de fundirse con aquello que nunca fue suyo. Las pupilas ya no eran esperanza. Los labios ya no esperaban otro beso.
Se armó de valor, cerró la puerta de su casa ayudándose de un golpe seco y se cargó la pala al hombro. Se encaminaba hacia el bosque. La pala oxidada sobre el hombro derecho, su corazón desteñizo y astillado descansaba exhausto en la palma de su mano izquierda. Se fue a enterrar lo que nunca se atrevió.
Nunca volvieron.
Ni él, ni su Amor.
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