Con una mirada altanera se lo dijo todo...
Son muchas las reflexiones que a diario nos hacemos o nos hacen a modo de consejo o a modo de ensayo acerca del Amor o las relaciones interpersonales. Separo ambos términos porque yo los concibo de forma independiente pese a que están vinculados; pero no necesariamente.
Y digo no necesariamente, porque allí donde hay Amor no tiene porqué haber una relación y viceversa. Bien es sabido y bien hemos comprobado nosotros mismos a través de innumerables o escasas experiencias las complicaciones que nos suponen las relaciones entre personas, sean del tipo que sean. El Amor, en cambio, es un poco más autárquico. Se rige por él mismo y no depende de ningún otro tipo de sentimiento. Si pensamos en las relaciones personales esto no es así. Dependemos de un sentimiento, sea cual sea, para poder vincularnos a alguien. Sea familiar, sea amigo, sea conocido, sea compañero de trabajo o clase y sea la pareja. Cada relación es auténtica y además distingue entre personas. No es la misma relación la que mantenemos con nuestro primo que con nuestra madre. A veces nos soprendería la cantidad de combinaciones posibles. Tampoco lo és la que mantenemos con un amigo que con nuestra pareja. Puede ser la primera más intensa que la segunda o todo lo contrario, ser ésta última la que merezca nuestra más preciada devoción.
¿A qué viene todo esto? Ni yo mismo lo sé con exactitud. Puede deberse a que hace escasas horas que he aterrizado físicamente en mi ciudad, -que no mentalmente puesto que todavía me queda situarme-, o puede deberse a que la compañía de un café es más grata que la de cualquier boca muerta. Apenas llevo venticinco horas con aire sureño cuando de pronto me encuentro añorando cosas que recién he dejado atrás. Lo he tenido todo. Casi todo. Hace unas horas podía tocar la luna o enganchar mi cogote de su dedo meñique. Pero no. Somos así de caprichosos. Es ahora cuando encuentro a faltar algunas de las sensaciones más humanas.
Las he visto; pero no las he vivido. Las he clasificado, mientras he dormido. Mi último pensamiento diario era sorprender la manera de vivir intensamente los pequeños placeres en su nombre. Pero no. No los he vivido. ¿Por qué? Por la dignidad y el decoro. Cuando está en peligro la dignidad, uno huye corriendo a salvarla. Cuando está en peligro el decoro...el decoro nunca está en peligro. Se actua bajo su tejado. ¿Cuando está en peligro el Amor? El Amor siempre está en peligro. Y se desvincula estrepitosamente de cualquier relación interpersonal. Así, cuando nos queremos dar cuenta, hemos sentido Amor y no estamos junto a la persona Amada. Estamos junto a la persona -ya no Amada- y ya no sentimos Amor. Claro que hay varias combinaciones más, como creer sentir Amor y no ser así, forzarse uno mismo a creer que siente Amor, creer que el Amor tiene fácil confección y se puede fabricar o sentirlo desgarrante e intentar convencerse uno mismo de que todo irá a mejor. Por algo dicen que el Amor es caprichoso, y no es del todo incierto. Una vez leí en los azucarillos de mi preciado café la siguiente máxima: El Amor tiene fácil la entrada pero difícil la salida. De ahí no cambiaría ni una palabra, con la salvedad de que la A mayúscula en el término Amor corre por mi cuenta, pero no es difícil de intuir si uno lee regularmente algo de la bazofia que aquí vierto acerca del Amor, la Mierda y esas cosas de las que me gusta desvariar semanalmente. La explicación es muy sencilla. Es la de realzar el término por encima de los demás términos. La de exponerlo a otra categoría que, por desgracia, en lingüística no existe. Se queda en sustantivo y punto. Podríamos llamarla algo así como distintivo, a la categoría claro. Dentro del sustantivo estaría la subcategoría del distintivo. A ver qué le parece al señor Prunyonosa mi humilde aportación al mundo de la lingüística.
Lingüística aparte, lo que yo venía a reflexionar aquí en esta pantalla es con qué impunidad desperdiciamos los momentos a diario. Lo diré a través de una metáfora: uno pasa los días aislado de su fuente de calor, del fuego y de la Vida en su pequeña cueva de frías paredes y frías sábanas, cuando por fin emigra hacia esa estrella que le devuelve el riego sanguineo y le calienta el corazón. De pronto, nada. De pronto, hielo. De pronto el inerte averno por fuera y por dentro. Nuestro Palacio de Hielo.
¿Recuerdas nuestro Palacio de Hielo? Nunca vivimos allí. Lo destrozamos a base de ir acercando nuestros dedos de las manos. Se lo tragó tu mar. Soy testigo de días libres de nubes, días libres de caparazón. Al ritmo de clin-clin. Derrumbamiento polar. Ahora soy testigo de días de un Azuloscurocasinegro en este nuestro paraje de hielo.
Cuán cerca hemos estado de rozar el cielo de nuevo. Insisto, el decoro. El decoro y la madrequemeparió. El buen hacer y las buenas costumbres. El mal uso de Amor. El apagayvámonos de aquí, que llueve. El ojoporojo. El ahítequedas-ahíteden.
Por si acaso, me quedo mi Amor.
Por si acaso.
Por eso del decoro y tal...
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