La enfermedad de su madre distorsionaba la realidad de Marco hasta el punto de perdel el control sobre sí. Agitado y enfurecido en su cuarto, contaba calumnias en su cabeza, alborotada y descuidada, hasta que el nuevo amanecer le tendiese la mano. Odiaba las noches, su alrededor era susceptible al ruido. Se arañaba la cara, las piernas, la tripa. Escondía cicatrices y se odiaba tanto por consentirse el desprecio propio. Ofrendaba su cuerpo y su ser al yugo que eran las palabras sucias de su madre. El odio era inmenso y su garganta angosta, por donde no brotaba ya, signo alguno de vida.
Marco no quería aceptar que, no iba a servir de nada mantener una conversación en frío. No serviría tampoco sentarse frente a frente para llegar a una conclusión. Nunca había una conclusión. Insinuaba con tiernas palabras que buscara asistencia médica, para calmar la ansiedad y recobrar la ilusión por vivir; pero es incapáz de aceptar que tiene un problema y que debería buscar ayuda. A Marco eso le agota. Eso y que su padre siempre le pase el muerto a él y no ejerza su papel:
-¡Marco! ¿ qué le has dicho a tu madre para que esté así?
-Nada, simplemente le he ignorado.
-¡Marco, algo habrás hecho que tu madre está así. Sabes que está así porque la haces sufrir, porque le haces daño.
-¿Por qué iba yo a hacerle daño? Es ella, que exagera las cosas y se ha puesto a gritar.
-Mentira, algo le habrás dicho que estás llorando. Siempre haces lo mismo. Siempre la haces sufrir. Sabrás que es tu culpa que esté así.
Aquellas palabras marcaban a Marco día tras día. Su padre lo forzaba a creer que le hacía daño a su madre, que la hería. Su madre, le hacía ver que era su padre quien le hacía verdaderamente daño cuando pasaba largas jornadas ausente del hogar y después no le dirigía la más mínima palabra. Marco no podía soportar, con la entereza de un joven chaval, todas aquellas noches que, desde los 14 años, se iban sucediendo. Marco tiene ahora 23, y después de algunos episiodos escabrosos con su madre, sólo se preocupa por su salud; pero se preocupa mal. O no sabe preocuparse bien. Tiene miedo, terror, pánico; a que pueda pasarle algo a su madre. No quiere que sufra; pero es algo imposible. Están perdiendo ambos el control sobre sí mismos y él solo quiere huir. Tiene los nudillos hechos polvo, el corazón le brota del pecho y sufre angustia continua. Es agotador. No es capáz de contar con nadie, exceptuando con la chica que le devuelve toda esperanza. Ella es su gran apoyo.
No parece real. No parece que su madre esté enferma, no presenta signos evidentes de ello. Le gustaría contar con el apoyo de su padre, figura a la que admira y no sabe muy bien por qué. Quizá porque es un tipo frío, distante, alto y serio, rendido ante el trabajo y dispuesto al sufrimiento de la vida y a la maduración personal. Un tipo que jamás llora. Marco lo admira, pero le queda bastante camino para ser como él y se decepciona en el camino. Quizá, solo quizá, Marco se dé cuenta de que su padre está siendo injusto con él haciendo que cargue con el sentimiento de culpa de su madre. Que cargue él, con 23 años con la responsabilidad de la enfermedad de su madre. Es injusto solo porque su padre esté acobardado con el futuro próximo, tanto o menos que su hijo Marco.
Los ojos del chaval están hundidos. Se encuentra abatido y busca un consuelo desesperanzado en la distancia. Alguien. Ella. Que le cuide y le guarde de todo dolor. Quiere estar solo. Quisiera perder la facultad del habla. Perder la facultad de comunicación que tan trastocado lo tiene. Marco no se encuentra a sí mismo. Se ve en e espejo y no se reconoce. Tan solo encuentra consuelo en la Escritura, en la mágia de las palabras. En lo imposible de su tristeza. En la mirada de los ojos de Ella.
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