Los relatos se convierten en sacros micro momentos vacíos sin forma. Acumulan polvo en la retina del ordenador esperando un lector; pero ellos se tornan inertes al paso de los días. Al paso de los meses. Al cabo de los años, son un sinsentido. Buscabas el momento ideal. La separación del total sería el momento ideal.
Simples eyaculaciones vocálicas que se convierten en las Sagradas Escrituras.
¿Para qué desempolvarlas?
2011-10-21
Sagradas Escrituras
Ars Amandi, Reflexiones filológicas,
Al cubo de la basura,
Things I'll never send
2011-10-15
Marco
La enfermedad de su madre distorsionaba la realidad de Marco hasta el punto de perdel el control sobre sí. Agitado y enfurecido en su cuarto, contaba calumnias en su cabeza, alborotada y descuidada, hasta que el nuevo amanecer le tendiese la mano. Odiaba las noches, su alrededor era susceptible al ruido. Se arañaba la cara, las piernas, la tripa. Escondía cicatrices y se odiaba tanto por consentirse el desprecio propio. Ofrendaba su cuerpo y su ser al yugo que eran las palabras sucias de su madre. El odio era inmenso y su garganta angosta, por donde no brotaba ya, signo alguno de vida.
Marco no quería aceptar que, no iba a servir de nada mantener una conversación en frío. No serviría tampoco sentarse frente a frente para llegar a una conclusión. Nunca había una conclusión. Insinuaba con tiernas palabras que buscara asistencia médica, para calmar la ansiedad y recobrar la ilusión por vivir; pero es incapáz de aceptar que tiene un problema y que debería buscar ayuda. A Marco eso le agota. Eso y que su padre siempre le pase el muerto a él y no ejerza su papel:
-¡Marco! ¿ qué le has dicho a tu madre para que esté así?
-Nada, simplemente le he ignorado.
-¡Marco, algo habrás hecho que tu madre está así. Sabes que está así porque la haces sufrir, porque le haces daño.
-¿Por qué iba yo a hacerle daño? Es ella, que exagera las cosas y se ha puesto a gritar.
-Mentira, algo le habrás dicho que estás llorando. Siempre haces lo mismo. Siempre la haces sufrir. Sabrás que es tu culpa que esté así.
Aquellas palabras marcaban a Marco día tras día. Su padre lo forzaba a creer que le hacía daño a su madre, que la hería. Su madre, le hacía ver que era su padre quien le hacía verdaderamente daño cuando pasaba largas jornadas ausente del hogar y después no le dirigía la más mínima palabra. Marco no podía soportar, con la entereza de un joven chaval, todas aquellas noches que, desde los 14 años, se iban sucediendo. Marco tiene ahora 23, y después de algunos episiodos escabrosos con su madre, sólo se preocupa por su salud; pero se preocupa mal. O no sabe preocuparse bien. Tiene miedo, terror, pánico; a que pueda pasarle algo a su madre. No quiere que sufra; pero es algo imposible. Están perdiendo ambos el control sobre sí mismos y él solo quiere huir. Tiene los nudillos hechos polvo, el corazón le brota del pecho y sufre angustia continua. Es agotador. No es capáz de contar con nadie, exceptuando con la chica que le devuelve toda esperanza. Ella es su gran apoyo.
No parece real. No parece que su madre esté enferma, no presenta signos evidentes de ello. Le gustaría contar con el apoyo de su padre, figura a la que admira y no sabe muy bien por qué. Quizá porque es un tipo frío, distante, alto y serio, rendido ante el trabajo y dispuesto al sufrimiento de la vida y a la maduración personal. Un tipo que jamás llora. Marco lo admira, pero le queda bastante camino para ser como él y se decepciona en el camino. Quizá, solo quizá, Marco se dé cuenta de que su padre está siendo injusto con él haciendo que cargue con el sentimiento de culpa de su madre. Que cargue él, con 23 años con la responsabilidad de la enfermedad de su madre. Es injusto solo porque su padre esté acobardado con el futuro próximo, tanto o menos que su hijo Marco.
Los ojos del chaval están hundidos. Se encuentra abatido y busca un consuelo desesperanzado en la distancia. Alguien. Ella. Que le cuide y le guarde de todo dolor. Quiere estar solo. Quisiera perder la facultad del habla. Perder la facultad de comunicación que tan trastocado lo tiene. Marco no se encuentra a sí mismo. Se ve en e espejo y no se reconoce. Tan solo encuentra consuelo en la Escritura, en la mágia de las palabras. En lo imposible de su tristeza. En la mirada de los ojos de Ella.
Marco no quería aceptar que, no iba a servir de nada mantener una conversación en frío. No serviría tampoco sentarse frente a frente para llegar a una conclusión. Nunca había una conclusión. Insinuaba con tiernas palabras que buscara asistencia médica, para calmar la ansiedad y recobrar la ilusión por vivir; pero es incapáz de aceptar que tiene un problema y que debería buscar ayuda. A Marco eso le agota. Eso y que su padre siempre le pase el muerto a él y no ejerza su papel:
-¡Marco! ¿ qué le has dicho a tu madre para que esté así?
-Nada, simplemente le he ignorado.
-¡Marco, algo habrás hecho que tu madre está así. Sabes que está así porque la haces sufrir, porque le haces daño.
-¿Por qué iba yo a hacerle daño? Es ella, que exagera las cosas y se ha puesto a gritar.
-Mentira, algo le habrás dicho que estás llorando. Siempre haces lo mismo. Siempre la haces sufrir. Sabrás que es tu culpa que esté así.
Aquellas palabras marcaban a Marco día tras día. Su padre lo forzaba a creer que le hacía daño a su madre, que la hería. Su madre, le hacía ver que era su padre quien le hacía verdaderamente daño cuando pasaba largas jornadas ausente del hogar y después no le dirigía la más mínima palabra. Marco no podía soportar, con la entereza de un joven chaval, todas aquellas noches que, desde los 14 años, se iban sucediendo. Marco tiene ahora 23, y después de algunos episiodos escabrosos con su madre, sólo se preocupa por su salud; pero se preocupa mal. O no sabe preocuparse bien. Tiene miedo, terror, pánico; a que pueda pasarle algo a su madre. No quiere que sufra; pero es algo imposible. Están perdiendo ambos el control sobre sí mismos y él solo quiere huir. Tiene los nudillos hechos polvo, el corazón le brota del pecho y sufre angustia continua. Es agotador. No es capáz de contar con nadie, exceptuando con la chica que le devuelve toda esperanza. Ella es su gran apoyo.
No parece real. No parece que su madre esté enferma, no presenta signos evidentes de ello. Le gustaría contar con el apoyo de su padre, figura a la que admira y no sabe muy bien por qué. Quizá porque es un tipo frío, distante, alto y serio, rendido ante el trabajo y dispuesto al sufrimiento de la vida y a la maduración personal. Un tipo que jamás llora. Marco lo admira, pero le queda bastante camino para ser como él y se decepciona en el camino. Quizá, solo quizá, Marco se dé cuenta de que su padre está siendo injusto con él haciendo que cargue con el sentimiento de culpa de su madre. Que cargue él, con 23 años con la responsabilidad de la enfermedad de su madre. Es injusto solo porque su padre esté acobardado con el futuro próximo, tanto o menos que su hijo Marco.
Los ojos del chaval están hundidos. Se encuentra abatido y busca un consuelo desesperanzado en la distancia. Alguien. Ella. Que le cuide y le guarde de todo dolor. Quiere estar solo. Quisiera perder la facultad del habla. Perder la facultad de comunicación que tan trastocado lo tiene. Marco no se encuentra a sí mismo. Se ve en e espejo y no se reconoce. Tan solo encuentra consuelo en la Escritura, en la mágia de las palabras. En lo imposible de su tristeza. En la mirada de los ojos de Ella.
Ars Amandi, Reflexiones filológicas,
Al cubo de la basura,
De la Destrucción,
Ládrame
2011-10-03
Autocrítica
Releer todas y cada una de las entradas de Enero, Febrero y Marzo de este año me han servido de gran alivio. He releido cosas que me parecen increibles y que difícilmente las reconocería como mias. Sin embargo, he podido sentir la paulatina contracción de mi estómago al leer tanta sangre en forma de palabras. Ahí hubo sangre, mucha sangre.
Concretamente uno de Febrero y uno de Marzo cuentan con la suficiente calidad literaria como para poder participar en algún concurso juvenil o algo similar, pero ¿quién va a querer leer unos relatos cuyo contenido es nulo? No sabría clasificarlos, así que ahí se quedarán.
Es obvio el desentreno que he sufrido durante todo el verano. Es totalmente justificable.
*
Concretamente uno de Febrero y uno de Marzo cuentan con la suficiente calidad literaria como para poder participar en algún concurso juvenil o algo similar, pero ¿quién va a querer leer unos relatos cuyo contenido es nulo? No sabría clasificarlos, así que ahí se quedarán.
Es obvio el desentreno que he sufrido durante todo el verano. Es totalmente justificable.
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Ars Amandi, Reflexiones filológicas,
Al cubo de la basura
2011-10-02
Carne
Se dejó el cabello largo y así, descansaría sobre sus hombros. Se sentía más femenina y sabía cómo disfrutar de ello un domingo por la tarde cualquiera. Elevó las piernas y las cruzó en el aire y así, sin nada mejor que hacer, colocó sus blancas y finas manos sobre su sexo, tratando de visualizarla. No sabía nada de ella; pero podía invocar los momentos de lujuria a su completo antojo, desaciéndose de las ataduras y experimentando en carnes las imágenes de esa chica cuyas curvas eran reflejo del pecado más castigado. El albedrío de desear y ser deseado.
Ella sabía de pecados, claro que sabía de ellos... No le comentó a nadie la sensación de volverla a tener entre sus muslos. Ella era dueña de cada contracción, del sudor, del abrir y cerrar de ojos, del gemir sin alterar el órden público. Sus pechos se erizaron porque al recordarla sobre su cuerpo, notó el escalofrío de la ausencia. La quería a ella encima de su piel, ejerciendo presión con la entrepierna, jadeando en un espacio compartido. La estaba recordando y en ella se volvía a escribir el deseo solitario. Era algo informal, algo de jaleo y de calma. Algo tortuoso que la encendía en cólera.
Shh...
la estaba recordando.
Ella sabía de pecados, claro que sabía de ellos... No le comentó a nadie la sensación de volverla a tener entre sus muslos. Ella era dueña de cada contracción, del sudor, del abrir y cerrar de ojos, del gemir sin alterar el órden público. Sus pechos se erizaron porque al recordarla sobre su cuerpo, notó el escalofrío de la ausencia. La quería a ella encima de su piel, ejerciendo presión con la entrepierna, jadeando en un espacio compartido. La estaba recordando y en ella se volvía a escribir el deseo solitario. Era algo informal, algo de jaleo y de calma. Algo tortuoso que la encendía en cólera.
Shh...
la estaba recordando.
Ars Amandi, Reflexiones filológicas,
Del Amor,
Things I'll never send
2011-10-01
Yoquieroserunaoveja
Una puta mierda, te lo digo ya.
*
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Ars Amandi, Reflexiones filológicas,
Al cubo de la basura
Fobias
Definitivamente odio a los niños. No a ellos en sí, sino a lo que representan. Son los máximos representantes de mis inseguridades y me hacen recordar los días en el patio del colegio, los abusos y las burlas indiscriminadas. Día tras día, ellos mellaron en mi autoestima haciendome creer pequeña. Pues bien, cada vez que veo un niño, sobretodo los descarados y maleducados, veo las caras del ayer. Esas miradas acompasadas de sonrisas crueles, donde dejaban entender que yo era un ser alejado de lo que se esperaba en aquel patio de colegio, que no en sociedad.
Hoy, ahora, esta noche; soy un cúmulo de inseguridades. Un cuerpo sin aliento y con el pulso acelerado. No entiendo por qué musitas al teléfono que, quizá podríamos estar equivocadas, que te estás cansando del gris y que los días pasan sin pena ni gloria. De nuevo algo anda torcido para que descanse mis dedos sobre este teclado retratando el marco de mis sentimientos. No quiero vomitarlos todos de golpe, no por ahora. Por favor.
A muchos días les borraría la coletilla. Las últimas horas las barrería de un plumazo. Iba a salir o iba a leer, pero me veo obligada a volcarme de lleno en este teclado. Todavía es demasiado pronto para que sea Noviembre; pero con el frío, la gente pierde la empatía.
No quiero recordar las últimas palabras y lo cierto és, que poco me acuerdo ya de ellas. Algo así como el gris, el negro y el blanco.
Nos va a llevar al fracaso, igualmente querré caer de cabeza.
*
Hoy, ahora, esta noche; soy un cúmulo de inseguridades. Un cuerpo sin aliento y con el pulso acelerado. No entiendo por qué musitas al teléfono que, quizá podríamos estar equivocadas, que te estás cansando del gris y que los días pasan sin pena ni gloria. De nuevo algo anda torcido para que descanse mis dedos sobre este teclado retratando el marco de mis sentimientos. No quiero vomitarlos todos de golpe, no por ahora. Por favor.
A muchos días les borraría la coletilla. Las últimas horas las barrería de un plumazo. Iba a salir o iba a leer, pero me veo obligada a volcarme de lleno en este teclado. Todavía es demasiado pronto para que sea Noviembre; pero con el frío, la gente pierde la empatía.
No quiero recordar las últimas palabras y lo cierto és, que poco me acuerdo ya de ellas. Algo así como el gris, el negro y el blanco.
Nos va a llevar al fracaso, igualmente querré caer de cabeza.
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Ars Amandi, Reflexiones filológicas,
De la Destrucción
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