De los secretos más oscuros surgen las añoranzas. Ninguna añoranza es igual a otra. Me mimetizo con el entorno que me rodea y me vuelvo un poco más humano, eso quiere decir, como ya sabreis, vulnerable a la destrucción, a ser destruido. Sentimientos en la superficie, fragilidad, codicia y cualquier emoción que te torne frágil o te haga retroceder en el camino hacia la muerte.
Si tú te tiñes de gris, yo me tiño de negro. Por completo. Ahora soy un ser inútil y completamente inservible, lleno de emociones que recorren mi cuerpo como si de electrones frenéticos se tratasen. Esculpen la materia grasa y la transforman en formas ovoides. Intento escapar de mi cuerpo, muy a pesar de que Platón me advirtera de que jamás lo conseguiría. Intento escapar de mi cuerpo y alcanzarte con la mente, para intentar persuadirte de que te necesito aquí. Por mi culpa. Por mi condición de humano irreversible. Por la debilidad de ser mortal. De codiciar, de necesitar.
¡Menuda especie la nuestra, que se contenta con ambicionar de forma constante y sin dar las gracias.! Y a eso le llaman, tengo entendido, tener una inteligencia superior. ¿Superior a qué?
Me contentaría con no tener que gritarte desde aquí, desde esta cueva invisible para ti, que te añoro. Que rodeo, en cada caida del sol, mi cuello con las manos sin atreverme a arrebatarme la vida. Sucumbo en la desesperación y cada amanecer me vuelve a rescatar el 'de otros diluvios oigo una paloma'. No hay tanta suerte a diario. Habré muerto, al menos, veintitrés veces desde que te fuiste. Metafóricamente hablado, eso sí. Cobarde. Llámame cobarde. En bajito, eso también. No vayas a herir la parte más humana que me queda, la del sufrimiento eterno de pensar que te puedo perder entre la niebla.
Tíñete de gris, que yo me teñiré de negro.
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Ahotsak